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Historia de la comida corrida

Por Miranda Perea - December 2022
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Entre las 2 y las 4 p.m., las calles de la Ciudad de México se llenan de trabajadores ávidos de aprovechar hasta el último minuto de su hora de comida para saciar su hambre. Por fortuna, si algo tiene la CDMX, además de su caos habitual, son múltiples opciones de deliciosa comida para todos los bolsillos, una preocupación menos para sus millones de habitantes.

Entre el vasto menú callejero al que se tiene acceso en la capital del país, que por supuesto incluye tacos y antojitos, destaca la comida corrida. Una experiencia en sí misma que todo aficionado a la comida mexicana debería vivir por cuenta propia, la comida corrida es la estrella de fondas, mercados e incluso restaurantes – en donde se le conoce por el más decoroso nombre de menú ejecutivo – y resulta una salvación para los siempre apresurados trabajadores que añoran la comida con toque casero.

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La comida corrida, un ícono de la CDMX
Económica, abundante, variada y lista para servirse al momento, la comida corrida ofrece un menú completo dividido en varios tiempos y compuesto por sabrosos platillos que se sirven uno tras otro sin grandes tiempos de espera. En ese sentido, se podría afirmar que la comida corrida es como la comida rápida, pero con la ventaja de disfrutar platillos hechos como en casa que ayudan a reconfortar el estómago y el corazón a mitad del día laboral.

El origen de la comida corrida se puede remontar a tiempos del Porfiriato cuando surgió como una solución a lo que sigue siendo un problema hoy en día: alimentar a los trabajadores capitalinos que, por tiempo y distancia, no tienen la posibilidad de regresar a sus hogares en su hora de comida. Así, surgieron establecimientos cercanos a las diversas zonas de trabajo en donde se ofrecían opciones de comida económica que todo tipo de trabajador podía comer de forma rápida para después regresar a sus labores.

Muy distintos a los restaurantes de la época en el entonces Distrito Federal, los locales de comida corrida se destacaron por su veloz servicio y su precio accesible y fueron sumando distintos platillos de entre los cuales los comensales podían armar un menú que se ajustara a sus antojos del día. Ha sido la suma de la rapidez en el servicio, lo económico de los alimentos y la variedad de opciones lo que estableció a la comida corrida como un ícono para los trabajadores de la CDMX que se mantiene con éxito hasta la actualidad.

En cuanto al nombre que se le dio a esta particular oferta gastronómica, ahora extendida a otras partes de la República Mexicana, existen varias versiones. Por un lado, se afirma que la frase “comida corrida” hace referencia a que los platillos de los diferentes tiempos se sirven uno tras otro, dicho de otra forma, de corrido. También se dice que el nombre se debe a que los comensales andan deprisa y deben correr para comer y regresar a trabajar. Una versión más cuenta que el nombre proviene de la similitud con las corridas de toros al tratarse originalmente de un menú de tres tiempos.

Hablando de los tiempos, la comida corrida puede consistir hasta de cuatro y en ciertos casos se puede llegar a incluir un entremés, dependiendo del lugar en donde se coma. Además, tiene la ventaja de incluir tortillas o pan y la bebida, que suele ser agua fresca preparada con alguna fruta económica. Aunque nunca se escatima en sabor, los ingredientes que componen los platillos del menú son todos de precios bajos, pues esta característica permite que la comida corrida tenga un costo accesible para el trabajador promedio.

El menú del día se coloca afuera de las fondas o locales de comida corrida para que los comensales sepan desde un inicio las opciones disponibles y puedan elegir más rápido. En cuanto uno se sienta en mesas que en ocasiones se comparten con desconocidos, quien atiende pregunta lo que se va a comer y comienza a traer los diferentes platillos. En la mesa se suelen colocar distintas opciones de salsas y una jarra de agua para que cada quien se sirva al gusto.

El primer tiempo es para la sopa aguada. En este caso, lo habitual es que haya dos opciones: sopa de verduras o sopa de pasta, ya sea de fideos, de letras, de estrellita, de munición, o de la figura que toque ese día. También se llega a ofrecer caldo de pollo, sopa de lentejas o de habas, sopa de tortilla y, si hay mucha suerte, alguna crema. En cuanto se sirve el primer plato, se pregunta cuál será el siguiente.



En el segundo tiempo se sirve lo que se conoce como sopa seca, que no es ningún tipo de sopa, sino pasta o arroz. Como pasta, casi siempre ofrece espagueti rojo o blanco. Si se elige arroz, que en la mayoría de las ocasiones es rojo, se abre un mundo de sabrosas posibilidades por una módica cantidad extra: se puede pedir con un huevo estrellado, con plátano Tabasco, o con plátano macho frito.



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Luego de estas llenadoras delicias, sigue el plato fuerte para el cual se ofrecen guisados caseros clásicos: tortas de papa, chicharrón en salsa verde o roja, croquetas de atún, longaniza con papas, chiles rellenos, albóndigas, tacos dorados y picadillo son tan sólo algunas de las recetas que componen esta parte del menú. Si a uno no se le antojan las opciones disponibles o quiere darse un gustito, siempre es posible pedir pechuga de pollo o milanesa por un costo extra. Eso sí, los frijoles, refritos o de la olla, van por la casa.



Para terminar, no puede faltar un postre, aunque sea sencillo. Gelatina, plátanos con crema, natilla, arroz con leche, fruta en almíbar, galletas, un chocolate o un caramelo suelen ser las opciones.



Aunque se antojara, un establecimiento de comida corrida no es el lugar adecuado para la sobremesa. Así que en cuanto el cliente termina, paga y, ya con el estómago lleno y la consciencia tranquila, se retira para retomar sus labores en esta siempre cambiante ciudad que por opciones gastronómicas no para.

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